Barcelona organiza el primer salón español del 'tuning', en respuesta al fuerte impacto social y económico que cobra la tendencia a personalizar el coche con sofisticados accesorios
El 'tuning', la moda de personalizar el coche modificando sus piezas o añadiendo accesorios a gusto del conductor, es un fenómeno joven -como sus seguidores-, pero en cinco años se ha extendido por España a toda velocidad, saltando incluso los obstáculos legales que podrían frenar su avance.
Son ya 682 los clubes y más de 300 las concentraciones que celebran cada año. Como la que en septiembre reunió a 65.000 personas en Montmeló. Sólo los alemanes y franceses les adelantan en Europa. Proliferan las revistas y las tiendas especializadas. Hasta tienen una feria propia. Se llama Barcelona Tuning Show y, por vez primera, se ha celebrado el pasado fin de semana en Montjuïc, con la participación de 150 empresas: talleres, preparadores, distribuidores, tiendas y fabricantes. Los cinco gremios se han repartido los 20.000 metros cuadrados del salón, como se reparten a diario los 12.000 euros que viene a costar cambiar de 'look' al coche.
Antes de salir a la carretera, todos los vehículos pasan un proceso de homologación. Cada pieza se revisa con pelos y señales, algunas incluso con ensayos destructivos. Parece lógico, pues, que toda modificación notable que se introduzca en ese automóvil una vez autorizado y vendido se someta también a los test de calidad y seguridad.
Al director del salón barcelonés, Aleix Planas, no le cabe duda de que «debe ser así», toda vez que la palabra 'tuning' viene del inglés -sintonizar-, y no de cambiar 'al tun tun'. La legislación es especialmente estricta con las que llama reformas de importancia. 45 en total, justo las que imprimen carácter a un turismo. Antes de instalar un techo solar, variar el número o modelo de asientos, rebajar la altura con suspensión neumática o colocar un alero se ha de contar con el plácet de un ingeniero. Por más 'fashion' que resultaría poner bombillas verdes en los intermitentes, neones en las ruedas o matrículas en forma de pez, no lo autorizará. Tampoco suprimir el catalizador.
La originalidad, como la velocidad, está limitada en los coches. Y excederse se sanciona con multas que rondan los 150 euros. Sí se permite, en cambio, incorporar taloneras que llegan a tocar el suelo, un único limpiaparabrisas delantero, cintas adhesivas cromadas y reflectantes Siempre y cuando se coloquen como el ingeniero indique en su proyecto. No basta probar suerte en el 'parking'. Con su informe técnico, se acudirá a un taller para que ejecute las modificaciones. Resta superar un test de comprobación en un laboratorio, pasar y pagar la ITV. Y a correr.
Planas es consciente de que los esclavos de la moda sobre ruedas se quieren hacer ver, pero también oír. Si bien, volviendo al significado de 'tunero', quiere aclarar que no es sinónimo de 'macarra'. «Eso es un mito totalmente superado». No consumen más pastillas que las de frenos -siempre las de mayor porcentaje de frenada- y las rayas no pueden ni verlas. Hasta guantes de paño blanco se pone Jordi Pujals para limpiar su Peugeot 206, merecedor de medio centenar de premios.
Hasta 5.000 euros cuestan algunas llantas. Un paragolpes ronda los 300; 60, las manillas; hasta 1.000, el litro de ciertas pinturas. Por 3.000 euros, Javier Montañez, experto en personalización, elabora «un proyectito». Aunque, también los hay que se dejan 300.000 euros (50 millones de pesetas) en un proyectazo.
Varias veces más que lo que les costó el vehículo, que no acostumbran a ser Mercedes. Más bien Corsas o Ibizas, y de segunda mano. Las partes íntimas, las que no se ven, no suelen tocarlas. El motor, por ejemplo. Tampoco la caja de cambios. Sus bólidos tienen marcha atrás; el 'tuning', no. Ni siquiera freno.
El 'tuning', la moda de personalizar el coche modificando sus piezas o añadiendo accesorios a gusto del conductor, es un fenómeno joven -como sus seguidores-, pero en cinco años se ha extendido por España a toda velocidad, saltando incluso los obstáculos legales que podrían frenar su avance.
Son ya 682 los clubes y más de 300 las concentraciones que celebran cada año. Como la que en septiembre reunió a 65.000 personas en Montmeló. Sólo los alemanes y franceses les adelantan en Europa. Proliferan las revistas y las tiendas especializadas. Hasta tienen una feria propia. Se llama Barcelona Tuning Show y, por vez primera, se ha celebrado el pasado fin de semana en Montjuïc, con la participación de 150 empresas: talleres, preparadores, distribuidores, tiendas y fabricantes. Los cinco gremios se han repartido los 20.000 metros cuadrados del salón, como se reparten a diario los 12.000 euros que viene a costar cambiar de 'look' al coche.
Antes de salir a la carretera, todos los vehículos pasan un proceso de homologación. Cada pieza se revisa con pelos y señales, algunas incluso con ensayos destructivos. Parece lógico, pues, que toda modificación notable que se introduzca en ese automóvil una vez autorizado y vendido se someta también a los test de calidad y seguridad.
Al director del salón barcelonés, Aleix Planas, no le cabe duda de que «debe ser así», toda vez que la palabra 'tuning' viene del inglés -sintonizar-, y no de cambiar 'al tun tun'. La legislación es especialmente estricta con las que llama reformas de importancia. 45 en total, justo las que imprimen carácter a un turismo. Antes de instalar un techo solar, variar el número o modelo de asientos, rebajar la altura con suspensión neumática o colocar un alero se ha de contar con el plácet de un ingeniero. Por más 'fashion' que resultaría poner bombillas verdes en los intermitentes, neones en las ruedas o matrículas en forma de pez, no lo autorizará. Tampoco suprimir el catalizador.
La originalidad, como la velocidad, está limitada en los coches. Y excederse se sanciona con multas que rondan los 150 euros. Sí se permite, en cambio, incorporar taloneras que llegan a tocar el suelo, un único limpiaparabrisas delantero, cintas adhesivas cromadas y reflectantes Siempre y cuando se coloquen como el ingeniero indique en su proyecto. No basta probar suerte en el 'parking'. Con su informe técnico, se acudirá a un taller para que ejecute las modificaciones. Resta superar un test de comprobación en un laboratorio, pasar y pagar la ITV. Y a correr.
Planas es consciente de que los esclavos de la moda sobre ruedas se quieren hacer ver, pero también oír. Si bien, volviendo al significado de 'tunero', quiere aclarar que no es sinónimo de 'macarra'. «Eso es un mito totalmente superado». No consumen más pastillas que las de frenos -siempre las de mayor porcentaje de frenada- y las rayas no pueden ni verlas. Hasta guantes de paño blanco se pone Jordi Pujals para limpiar su Peugeot 206, merecedor de medio centenar de premios.
Hasta 5.000 euros cuestan algunas llantas. Un paragolpes ronda los 300; 60, las manillas; hasta 1.000, el litro de ciertas pinturas. Por 3.000 euros, Javier Montañez, experto en personalización, elabora «un proyectito». Aunque, también los hay que se dejan 300.000 euros (50 millones de pesetas) en un proyectazo.
Varias veces más que lo que les costó el vehículo, que no acostumbran a ser Mercedes. Más bien Corsas o Ibizas, y de segunda mano. Las partes íntimas, las que no se ven, no suelen tocarlas. El motor, por ejemplo. Tampoco la caja de cambios. Sus bólidos tienen marcha atrás; el 'tuning', no. Ni siquiera freno.